Graciela Guzman: No hay que tenerle miedo a la palabra cáncer


Ella enfrentó dos veces dicha enfermedad. La primera por sorpresa y la segunda con conciencia. Contó como fueron esos momentos, como prevenirse y que hacer si estamos acompañando a una persona desde el otro lado.


Graciela Guzman es una luchadora oriunda de la provincia de Córdoba, tiene 64 años y vive hace tiempo en Puerto Madryn, Chubut.

En una entrevista para el programa radial Hits en Dos contó su historia con el cáncer; recalcó la importancia de los controles, en especial en casos donde hay antecedentes y dio consejos sobre cómo llevar la situación, tanto para la persona que tiene la enfermedad como los familiares.

Alrededor del año 2009, cuando tenía 45 años, recibió una no grata sorpresa. Por una infección urinaria, le realizaron una ecografía en donde detectaron dos tumores “bastante importantes” siendo diagnosticada con cáncer de útero.

Se los extirparon y se realizó quimioterapia por un año y medio. Recuerda que en ese tiempo, el tratamiento oncológico era muy agresivo. La dejaba muy débil y los brazos muy lastimados. 

“Una persona que haya tenido cáncer siempre tiene que mantenerse en prevención” afirma y narra que su oncólogo cordobés en el momento le indicó que posiblemente en 10 o 15 años podría desencadenarse en otra parte de su cuerpo. 

Desde ese momento se realizó los controles gradualmente, hasta que en el 2020 (cuando comenzaba el tema de la pandemia) empezó a sentir una molestia en el lado izquierdo. En ese momento ya se encontraba en el sur.

Se revisó frente al espejo: no tenía durezas, nada extraño. Pero notó que al presionar el pezón izquierdo salía un líquido viscoso y pegajoso. 

Luego de pedir el turno y esperar quince días se hizo una ecografía y mamografía. El resultado fue un nódulo del tamaño del “carozo de una aceituna”, describe.

A partir de ello, se controló cada tres meses pero la pandemia empeoró. Debido a ello, le recomendaron no vacunarse por lo que podría causar.

En enero de 2021 se realizó otra eco que le dolió. Desde octubre hasta esa fecha el nódulo se había agrandado al tamaño de “un limón” y la secreción salía “más rápido”. Eso la asustó.

Su médico la derivó a una mastóloga que pidió dos punciones. Los resultados fueron enviados a dos lugares diferentes. Debió esperar dos semanas por los resultados.

Fueron catorce días en los que sintió nervios, incertidumbre, búsqueda de respuestas y muchas preguntas. En ese momento, siendo una persona de mucha fe, lo puso en manos de Dios y Él iba a saber su destino.

En mayo supo que el nódulo estaba encapsulado, es decir que se había formado una coraza alrededor y sabría solo extirpando si era benigno o maligno. Tenía que operarse y aún había cuarentena.

En Puerto Madryn no había especialistas en dicha intervención. Debió pasar por los procesos de autorización para que ella viajara o conseguir un oncólogo que vaya a donde estaba.

Afortunadamente su mastóloga, su médico y ginecólogo se pusieron en campaña. No se podía viajar por la pandemia, así que contactaron con un profesional que, “casualmente o causalmente” dice Graciela, conocía a quien la atendió en Córdoba.

De esa manera supieron de otro especialista que viajaba dos veces al mes a Trelew, una ciudad a dos horas de donde se encontraba.

Una vez internada allí, esperaba su operación en método de urgencia. La misma iba a ser en agosto pero recién el 4 de octubre pudo ser intervenida. Finalmente le sustrajeron el nódulo encapsulado y el ganglio centinela por prevención.

Graciela explicó que por este último es por donde ingresa directamente el cáncer de mama, por el movimiento que realiza al estar arriba del área.

Además, le dejaron “una válvula abierta” por donde pasó un líquido azul que recorrió las ramificaciones que había en su cuerpo. Lo describió como un rastrillo que iba marcando y despidiendo todo.

A fin de año recibió la noticia de que lo que le sacaron era benigno. La cápsula impidió que ningún virus o bacteria pudiera ingresar en ese nódulo, ni se provocara una metástasis. Estaba en etapa 0 a 2, y esperaban que no aumentara.

Volvió a pasar por la quimioterapia, pero esta vez fue mucho más leve. Eran pastillas que contenían la dosis necesaria sin los síntomas anteriores. Afirmó que el tratamiento le ayudó mucho en ambas ocasiones.

Todo el proceso lo llevó sin contarle a su mamá, que falleció hace poco, ni a familiares. Por su personalidad decidió enfrentarlo “sola”. Sin embargo, tenía la compañía de amigos, compañeros y de los profesionales que le dieron la seguridad que necesitaba.

Asimismo, estando en el sur se sentía muy bien ya que para ella Puerto Madryn la ayudó y ayuda a sanar.

Recuerda que la primera vez que pasó por la enfermedad tuvo su momento de decir “que se termine, me canse”. La segunda vez confiesa sentirse cansada, agotada; la incertidumbre y el decir “ya basta, hasta acá llegue” pasaron por su mente en algunas ocasiones.

Hoy cuenta su experiencia. Remarca que no hay que tenerle miedo a la palabra cáncer. Aunque parezca que se termina el mundo por la idea que tenemos, no todos los cánceres son iguales y la ciencia ha avanzado mucho, poniendo de ejemplo la quimioterapia.

“Hay que vivir la vida, el día a día, el paso a paso” afirma y continúa “vivirlo como si fuera la última vez, pero aferrándonos a cada uno de los momentos porque esas cosas no se recuperan”.

Recuerda que es importante dar a conocer las experiencias y que sucede no solo en mujeres sino también en los hombres. “Hay que tocarnos con amor” recalca y remarca “no con miedo”.

Autoexamen de mama

“Debajo de la axila, al costado, hacia nuestros senos, palparlos de arriba, abajo, apretar. Duele si tenemos algo” explica.

“Nos amemos, nos cuidemos. Porque si nosotras no nos cuidamos es posible que cuando lleguemos al profesional ya sea demasiado tarde” y remarcó que no solo nos acordemos en octubre, sino todo el año.

Finalmente dijo que a veces los familiares, amigos y conocidos actúan con un poco de temor. Pero hoy con las charlas, conocimientos e internet ayuda a que podamos formarnos y demos una mano en el estado de ánimo de esa persona.

Es importante que estén ahí: “El entorno debe saber que puede ocurrir, tanto lo peor o no”. “Ellos tienen que estar ahí, no con la mente fría sino con sus sentimientos del momento pero que muestren empatía”.

Recordó que cuando ella recibía la quimioterapia, veía personas llorando y adentro el familiar estaba recibiendo el tratamiento: “Eso no es lo que necesitamos” dice ante la memoria. 

Recomendó con cautela que traten de desahogarse en otro lado, ya que el paciente necesita optimismo, empatía y positivismo.

Actualmente sus controles son positivos, pero siempre está prevenida.

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